Sónar 2023: cumpleaños total y euforia experimental a toda máquina
El festival arranca la celebración de su trigésimo aniversario con Marina Herlop y Oneohtrix Point Never a los mandos y la inteligencia artificial copando todos los debates
Hologramas flotantes, inteligencia artificial y perreo: lo mejor del Sónar del 30 aniversario

A Paul McCartney la Inteligencia Artificial le ha servido para traerse a John Lennon de vuelta y añadir una nota a pie de página al círculo virtuoso de pop, pero al Sónar, paraíso sintético en el que la tecnología es fin y medio al mismo tiempo, le ha permitido algo aún mejor: centrifugar su propia historia, 30 años de nada, y jugar a desfigurarla en tiempo real fundiendo todas las campañas gráficas de las últimas tres décadas. El resultado, inquietante, hipnótico y deliberadamente incómodo, se puede ver estos días en Fira Montjuïc y es uno de los reclamos diurnos de un festival que, a pleno sol y a toda máquina, ha abierto este jueves las puertas de su trigésimo aniversario.
Cumpleaños total y, la ocasión lo merece, gente desenfundando el móvil y grabándose (o haciéndose grabar) mientras desembarcaba en la gigantesca alfombra de césped artificial del SonarVillage. Como si fuera la terminal de llegadas de un aeropuerto. O, mejor aún: como si fuera la tierra prometida. De hecho, algo de eso hay. Lo saben bien quienes vuelven años tras año y aquellos que evocaban ayer, entre paseo y paseo, el año que John Peel puso patas arriba el CCCB, el del caballo de Jimi Tenor o la consagración de Sideral. Momentos Sónar a los que, quién sabe, quizá haya que sumar en breve la abracadabrante actuación de Marina Herlop. Pura magia.
La catalana, amazona de la vanguardia y alma gemela, por lo menos en lo creativo, de Björk, reivindicó la voz como el más sofisticado de los instrumentos y, acompañada por Tarta Relena, embrujó el festival con sus 'beats' marcianos y su intrépida experimentación. Castañuelas, peinado de volúmenes imposibles y madera de estrella disruptiva. El futuro, asomando la patita entre los cortinajes rojos que rodeaban el escenario y la pista.
Ruta lúdica y reflexiva
En los últimos años, el Sónar ha ido integrando de manera más o menos natural las actividades supuestamente sesudas y reflexivas en los itinerarios lúdicos de los asistentes, por lo que ahora ya es igual de fácil tropezarse con una abarrotadísima charla sobre las implicaciones éticas de la Inteligencia Artificial en la creación artística (ni todo son unicornios de colores ni malignas calaveras, vino a decir Pau García, fundador de Domestic Data Streamers) que caer en la marmita de house desfigurado y rap cubista de las estadounidenses 700 Blis. Electrónica oscura y radical, todo aristas y bombos acuchillados, que rebotaban por el SonarPark mientras DJ Haram y Moor Mother suplicaban por un chupito de agua.
Porque, no falla, llega el Sónar y con él aparece el calorazo demencial, la gente como recién encerada y lo de tener que esquivar espaldas sudadas y hombros pegajosos con pericia de ninja. Es más: las temperaturas cada vez más elevadas han llevado a los organizadores a retrasar un par de horas la apertura de puertas (de las 13 las 15 horas) y a colocar una pérgola gigantesca que cubre todo el césped artificial del SonarVillage, lo que redujo notablemente las posibilidades de sufrir una insolación mientras la británica Grove calcinaba el dancehall. Se agradece.

A la espera que este viernes por la noche lleguen los grandes cabezas de cartel, una de las grandes figuras del estreno del Sónar era el estadounidense Daniel Lopatin, cotizado productor y mano derecha de The Weekend que aterrizó en el festival a bordo de esa nave de electrónica ácida y a ratos progresiva que es Oneohtrix Point Never. Nada que ver, como hizo notar un espectador, con ese chaparrón de pop retorcido y soft-rock que prometía el programa oficial del festival y que Lopatin, muy suyo, transformó en un festín de sintetizadores extáticos, bombos despeinantes (literal; había un par de tupés por ahí con vida propia) y visuales abrasivos. En el SonarHall, como en los buenos tiempos del CCCB, no se cabía.
Una buena alternativa, al menos sobre el papel, era el debut del japonés Tohji, fenómeno del rap doméstico y réplica nipona a la generación Soundcloud. Sobre el escenario, el joven rapero paseó chándal retrofuturista y gafas de sol deslumbrantes, pero su voz acabó enterrada entre toneladas de pregrabados, autotune a chorro e indolencia heredada de todos esos críos yanquis atiborrados de Xanax. Más fácil lo tuvo Kode9, eminencia del dub que atornilló al público a las butacas del SonarComplex mientras especulaba, entre machetazos de ritmo y abruptas distorsiones digitales, con una Escocia independendiza del Reino Unido que se dirige hacia las estrellas. Y eso sólo el primer día.
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